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ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE FOUCAULT Y LA NARRATIVA, EL PODER Y LA IDENTIDAD
- 21 de marzo de 2020
- Publicado por: c0nv3r
- Categoría: Sin categoría
Miriam Zavala Díaz
Para las personas que trabajamos en el área de la salud mental es indispensable tener a la mano conceptos que nos ayuden a explicarnos cómo es que las personas construyen su identidad y cómo es que los individuos se conforman cómo tales. Las explicaciones abundan y cada una de ellas toma en cuenta aspectos diferentes de la individualidad.
Uno de los autores que desde la mirada sociocultural, aborda con mayor maestría el tema es quizá Michel Foucault, arqueólogo del conocimiento, que busca problematizar lo cotidiano, formularse preguntas acerca de lo obvio para ampliar las opciones de acercamiento a la verdad y la realidad. Algunas de las “verdades” que Foucault analizó fueron el discurso de las ciencias, de los desconocidos o minorías como les llamamos ahora, como son las mujeres y los “locos”, la construcción de la subjetividad en función de las normas sociales, las relaciones de poder y sometimiento; siempre desde una postura de cuestionamiento a partir de la cual intentó abrir espacios para nuevas interpretaciones, “toda la escritura de Foucault esta destinada a quebrar y romper, es una obra de ruptura ya que pone al pensamiento instaurado e institucionalizado, a sus verdades y axiomas en crisis y en estado permanente de vértigo” (García, 1990, p. 19).
Para Foucault, la subjetividad está indisolublemente ligada al poder, concepto que tal vez valdría detenernos a analizar desde la mirada de este autor, antes de examinar la relación que guarda con la construcción de la subjetividad. Para Foucault hay muchas cosas que el poder no es; no es un grupo de individuos ejerciendo una dominación masiva y homogénea sobre otro grupo de individuos en un sentido lineal; no es algo que se detente, se posea o se divida; no es un atributo o potencia que algunos/as posean y otros/as no; tampoco puede ser localizado en un lugar específico; no es un conjunto de instituciones gubernamentales que sometan a los ciudadanos; no es algo que se adquiera, se compre, se arranque, se herede o se comparta; no es un objeto que pueda ser localizado en el exterior y finalmente el poder tampoco es una superestructura cuya única función sea prohibir o reconducir. De esta manera, Foucault comienza por destruir todas esas ideas estereotipadas y rígidas que se tienen sobre el poder y por oposición lo define como “la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte, los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen una cadena o sistema, o , al contrario, los corrimientos, las contradicciones, que aíslan a unas de otras, las estrategias, por último que las tornan efectivas” (Foucault, 1992, p. 112). De esta definición dada por Foucault pueden deducirse algunos puntos esenciales constitutivos del poder. En primer lugar, el poder solamente existe como ejercicio, como acto y no como propiedad o cualidad; en segundo lugar, el poder sólo prevalecer dentro de una relación, una relación de fuerza donde existen dos polos inmiscuidos; en tercer lugar, el poder se ejercita a través de la represión, que sin embargo, no es una represión que aplaste, aliene, destruya, sino que busca la lucha, el enfrentamiento, la guerra. En cuarto y último lugar, no existe poder sin resistencia, es decir, sin una fuerza contraria al poder que funja como adversario, sin que ésto implique que se trate simplemente de fuerzas antagónicas, que deban su existencia la una a la otra; más bien las relaciones de poder y resistencia se hallan inmersas en un ambiente de cierta libertad que permite el surgimiento de la creatividad, ya sea para crear nuevas formas de sometimiento o para idear maneras diferentes de rebelarse o escapar al poder.
Además de las anteriores, el poder posee muchas más características que sería exhaustivo analizar, sin embargo, existen algunos puntos centrales que enganchan indisolublemente el poder y la identidad.
El primero de ellos parece estar marcado por el cambio que ocurre cuando la legitimidad social del poder pasa de centrarse en una persona (el rey) o en un edificio (el parlamento) a visualizarse como múltiples formas de dominación que se ejercen en el interior de una sociedad y hallan su legitimidad en la institucionalización de su ejercicio. De esta manera, se puede ver al poder invadiendo las escuelas, los hospitales, las iglesias, las artes, la familia, las ciencias y por lo tanto el saber y la verdad.
El poder está en todas partes, el individuo lo encuentra, lo enfrenta y es atravesado por él en cualquier espacio de su vida, de tal manera que su cuerpo, su gestualidad, sus discursos e incluso sus pensamientos y deseos, se hallan constituidos por el poder. “El individuo es un efecto del poder, y al mismo tiempo, o justamente en la medida en que es un efecto, el elemento de conexión. El poder circula a través del individuo que ha constituido” (Foucault, 1990, p. 144).
Es así como las instituciones van conformando sujetos (del verbo sujetar) que desean, piensan y hacen aquello que el poder dicta que deseen, piensen y hagan; una masa de individuos homogéneos y disciplinados, que son útiles al sistema y en los cuales se intentará borra cualquier signo de individualidad que pueda ser fuente de resistencia.
La realidad que puedan percibir entonces los sujetos estará ya enunciada por un saber social, que les impide desear, pensar, imaginar e incluso percibir aquello no establecido, aquello que sería inconveniente para el sistema. Se crean normas y códigos que regulan todos los ámbitos de ejercicio de los sujetos, los cuales determinan reglas acerca de lo permitido y lo no permitido, lo normal y lo anormal, que cambian de acuerdo a las circunstancias y a las necesidades del poder.
Todos los sujetos internalizaran estos códigos, algunos más otros menos, algunos funcionarán en consonancia con lo establecido, otros discreparán y serán disonantes con el poder, pero todos harán suyo el afuera, y aunque esta internalización no sea una copia fiel del exterior, el adentro estará constituido por el afuera. Una vez que sucede ésto (etapa que podría considerarse sinónima al proceso de socialización al que son sometidos los infantes) cada sujeto tendrá que tomar una parte de sí para trabajarla, realizando una labor ética a partir de la cual el sujeto analizará la función de normatividad y tratará de modificar mas o menos (dependiendo de qué tan consonante sea) su forma de pensar, gestualizar, percibir, actuar y sentir. Sin embargo para Foucault, la conformación de la identidad deberá ser entendida también como un ejercicio de resistencia y por lo tanto de la lucha contra el poder. “El sujeto no se halla completamente disuelto en lo social, el afuera se pliega sobre sí, dando lugar a su existencia y este pliegue tiene capacidad de afectar y afectarse a sí mismo; es también una fuerza que se ejerce sobre sí afectándose, y que es capaz a su vez de luchar con el afuera. Esta fuerza recibirá el nombre de resistencia” (García, 1990, p. 48).
Es este espacio de resistencia el que usa la Narrativa en la externalización y en la búsqueda de eventos extraordinarios, este espacio de creatividad en el que los cuerpos dóciles, se transforman en espíritus animados, que se recrean en la recuperación de lo subyugado, de esos saberes locales que los hacen ser seres únicos dentro de historias llenas de heroísmo.
REFERENCIAS
Foucault, M. (1990.) Microfísica del poder. España: Gedisa.
Foucault, M. (1992). Historia de la sexualidad I. La voluntad del saber. México: Siglo XXI.
García, C. M. I. (1990). El loco, el guerrero y el artista. Fabulaciones sobre la obra de Michel Foucault. México: Plaza y Valdés.
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