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UNA TERAPEUTA QUE LLORA
- 21 de abril de 2020
- Publicado por: c0nv3r
- Categoría: Sin categoría
Miriam Zavala Díaz
Agosto, 2019
Texto originalmente publicado en www.travesiasnarrativas.mx
Hace algunas semanas en una conversación de remembranza (o recordada como también la llamamos) Clara y yo hablamos de Rita[i] , la mujer que le ayudó a convertirse en ser humano y la creció siendo niña, mientras sus padres se mostraban inaccesibles emocionalmente y no sabían cuidar de ella. La historia era muy enternecedora, sobre todo a la luz de la lucha persistente que está librando Clara hoy con la Depresión y la Ansiedad, quienes constantemente la quieren convencer que “no hay para donde”, de que su historia se trata solo de tristeza y de soledad.
Recuperar su historia con Rita nos conmovió a ambas y terminamos aquella conversación con los ojos llenos de lágrimas. Cuando nos despedimos Clara, una mujer que ha transitado por múltiples procesos terapéuticos a lo largo de su vida, me miró sorprendida y me dijo “una terapeuta que llora, eso sí es nuevo” y su cara me hacía ver que se sentía sorprendida y contenta, había una especie de complicidad traviesa en sus ojos, yo simplemente la abracé y respondí “pues es que cuando algo me conmueve, lloro” y así con esa frase nos despedimos.
La sensación de contento y de ternura me acompañó varios días después de nuestra sesión. Era pensar que recuperar los momentos vividos al lado de Rita, podría haber abierto algunos puntitos de luz en medio de la penumbra en la que a veces vive Clara. Fue unos de esos momentos que, como dice Gene Combs[ii] , ayudan a ganarle territorio a los problemas y también nos ayudan a engrosar nuestra propia historia preferida como terapeutas.
Ahora bien, a la luz de una reflexión ética y de rendición de cuentas, llorar porque nos conmovemos me parece que puede posicionarnos políticamente en el espacio terapéutico, tanto como transparentar el lugar desde el que preguntamos o hablamos, tanto como hacer públicas nuestras conversación en un equipo de reflexión o una ceremonia de definición, tanto como cuidar que nuestra práctica no colonice la cabeza de nadie, tanto como evitar que nuestras palabras suenen a que estamos aleccionando a nuestros consultante o diciéndoles cómo vivir, tanto como dar voz a quienes no tienen voz dentro de una familia, una pareja o una comunidad, o tanto como consultar a nuestros consultantes acerca de lo que les hace bien o tiene sentido para ellxs.
Me parece que dejarme conmover y mostrarlo, es una de tantas formas en las que, como terapeuta, puedo contribuir para que el espacio terapéutico sea un lugar menos jerárquico, más horizontal. Yo no puedo ni quiero permanecer impávida frente a una historia de dolor pero también de solidaridad y de cuidado amoroso, ni mostrarme neutral frente a los esfuerzo conmovedores de una persona por rescatar su vida de las garras de la Depresión y la Ansiedad. Me niego a ser una terapeuta con “cara de póker”.
Porque mucho hemos hablado en los espacios de formación, en los foros de difusión, en los grupos de trabajo, que la terapia desde la mirada de las prácticas narrativas, colaborativas y posmodernas, es una calle de doble vía, donde todas las personas que participamos en ellas somos susceptibles de ser cambiadas y/o con-movidas.
Porque la historia de Clara me recuerda mi historia y otras historias que conozco, donde hubo alguien ahí que nos ayudó a vivir. Qué mejor manera de honrar eso, que con unas buenas lágrimas.
[i] Rita es el nombre de la mujer que fue mi nana. Usar su nombre en esta narración, es una manera de honrar los cuidados amorosos de todas esas mujeres que nos ayudaron a crecer
[ii] Freedman, J. & Combs, G. (1996). Narrative Therapy. The social construction of preferred realities. New York: W.W. Norton & Company.
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