Blog
ABRIENDO ESPACIOS PARA ACOMPAÑAR NUESTRA CONSTRUCCIÓN COMO TERAPEUTAS
- 21 de mayo de 2020
- Publicado por: c0nv3r
- Categoría: Sin categoría
Ciudad de México, 2014
Somos un grupo de terapeutas mexicanas amantes de la Narrativa, que nos reunimos una vez al mes para compartir nuestro trabajo y nutrirnos de las ideas que se gestan en la colectividad. En esas reuniones hablamos de nuestros casos, revisamos y reflexionamos juntas sobre textos de Narrativa, compartimos nuestras dudas y vicisitudes en el ejercicio de la terapia e intercambiamos ideas. Hemos visto a lo largo de nuestro trabajo juntas, que no siempre es fácil el camino y que algunas de esas dificultades se relacionan con nuestra identidad como terapeutas, con las dudas que podemos llegar a tener acerca de la calidad de nuestro trabajo y de la legitimidad de nuestro ejercicio profesional. Fue viendo el efecto que estas dudas y cuestionamientos tenían en nuestro trabajo, que decidimos abrir un espacio en nuestras conversaciones para reflexionar acerca de ésto y generar un documento que sirviera como testimonio de este esfuerzo colectivo, creyendo firmemente que, como lo propone la Narrativa, en este tipo de iniciativas las personas recuperan su voz y se abren espacios para que se reconozcan sus valores y sus vidas. Esperamos también que este documento sea de utilidad para otras/os terapeutas en ejercicio.
En nuestro ejercicio como terapeutas, sin dejar de ver e incluso reconociendo y valorando nuestras diferencias, tanto de edad, condición de vida, años de experiencia, nosotras, es decir, Alejandra, Nancy, Nazira, Laura Elena, Mitzi, Rosy y Miriam, todas coincidimos con que construirnos una identidad de terapeutas ha significado un camino largo e intrincado, en el que no ha bastado con estudiar y practicar mucho para adquirir las credenciales que académicamente nos avalan como psicólogas y terapeutas, y que la legitimación de esa identidad, nuestra identidad de terapeutas, se ha topado en su construcción, con varios obstáculos.
Identificamos primero a esas voces que nos cuestionan, que nos demandan o esperan que nosotras como psicólogas no tengamos problemas, no necesitemos pedir ayuda o sepamos qué hacer cuando alguien cercano necesita ayuda psicológica, lo que en su momento nos ha aislado, confundido, rebelado o en el mejor de los casos, hecho reír. Sin embargo, reconocemos que ha sido más difícil lidiar con estas creencias acerca de nosotras como psicólogas, cuando nuestra elección profesional ha implicado una amenaza para algunas de nuestras figuras significativas, lo que ha impregnado a esas relaciones de dolor, enojo, frustración y silencios, ya que nosotras preferimos y esperamos de nuestras personas cercanas y queridas, reconocimiento y validación. En esos momentos, la identidad de psicóloga y terapeuta pesa, se vuelve una elección por la que pagamos un precio. En esos momentos es más fácil que caigamos presa de las Altas Expectativas, que busquemos tener acciones y decisiones perfectas y correctas, y por consecuencia es fácil que lo que hagamos no nos satisfaga. Ahí nosotras hacemos eco de esas historias tiranas que se cuentan de nosotras, de nuestra profesión, ahí nosotras les damos aire para seguir viviendo.
Vemos que en nuestros consultorio o lugares de trabajo, también se aparecen las Altas Expectativas, pero que ahí tiene el efecto de convertirnos en nuestras propias vigilantes, ya que éstas alimentan la idea de que un día vamos a llegar a algún lado, a transformarnos en algo que no éramos, que un día lograremos “ser terapeuta”, que nos veremos en cada una de nuestras sesiones y trabajos “haciendo terapia” como se debe de hacer. Así dominadas por estas ideas descalificamos nuestro trabajo, desdeñamos nuestro desempeño, minimizamos lo logrado, dudamos de cada decisión tomada, porque eso “no es hacer terapia” y entonces dejamos de ver lo que nos devuelven nuestros consultantes, la gente con la que trabajamos.
Sin embargo, y aparejadas a estas dificultades, vemos que al final nunca nos hemos rendido del todo a esas creencias, que mantenemos espacios de resistencia, cuando tomamos los casos aun con la presencia del Miedo, que en ese sentido la Narrativa y los valores de la posmodernidad, nos han ayudado a ir abandonando la pretensión de saber siempre lo que tenemos que decir o hacer frente a los consultantes, que nos permiten relajarnos en la idea de que lo que va a ser útil, será lo que construyamos entre ambos, en el espacio de la conversación, entre mis preguntas y sus respuestas, en el estar con la gente y en el dejarnos dirigir por ella. Ahí nos transformamos en humildes sembradoras, que siembran siempre en tierra fértil. Ahí reconocemos que sabemos muchas cosas, pero que eso no nos hace expertas, que en todo caso sabemos que estamos haciendo un buen trabajo cuando ante nuestra escucha, nuestras preguntas, nuestra atención, la gente nos dice que se siente ayudada y comprendida, que se viven como autores de sus propias vidas, y vemos que regresan y que nos recomiendan.
Juntas entendimos que rebelarnos contra estas ideas tiranas acerca de cómo debemos ser las psicólogas y las terapeutas, no ha significado sin embargo dejar de buscar espacios de aprendizaje, supervisión y práctica; de hecho estar aquí reunidas este día es una muestra de ese compromiso con mejorar nuestras habilidades, pero que eso nunca sustituirá la importancia que le damos a las personas con las que trabajamos, que eso sigue estando al centro.
Así concluimos que nuestro camino para construirnos como terapeutas lo estábamos haciendo a pasos, que preferíamos pensar que la identidad de terapeutas se alimentaba de pequeños momentos, donde te vas experimentando y vas haciendo ajustes, donde la historia de quienes somos como terapeutas se va tejiendo con lo que nos dicen nuestros consultantes, nuestras supervisoras, nuestras amigas, nuestras parejas, y con las historias que nosotras mismas preferimos contarnos acerca de quiénes somos y que en ese sentido, se vuelve un proceso que no tiene fin.
Tampoco rebelarnos contra las Altas Expectativas, ha significado que creamos que siempre hacemos las cosas bien, ni que siempre estemos bien, sólo que hemos preferido no contarnos una sola historia de quienes somos, que nuestra identidad como terapeutas es multihistoriada, que los dolores, las heridas, los errores, los momentos de parálisis, de dudas, sólo son unos de los muchos aspectos que componen este camino, y que en todo caso, su presencia nos ha permitido desarrollar sensibilidad para acercarnos a la gente con cuidado y empatía.
Hoy concluimos que para nosotras, ser una buena terapeuta significa contribuir al proceso de empoderamiento de las personas, con respeto, curiosidad, sin juicios, con esperanza, valorando lo que las personas saben acerca de sus propias vidas; y que a la vez esta identidad preferida incluye la defensa de una vida para nosotras mismas más rica, donde quepan los errores, las contradicciones, las dudas, las posibilidades múltiples, la relajación y la confianza. Pensamos que al elegir ser estas terapeutas estamos honrando también la vida de aquellas personas que en el camino supieron acompañar nuestro dolor y comprendieron nuestras heridas, que creyeron en nosotras y no nos juzgaron, que comprendieron nuestra complejidad como seres humanos y que sabían que teníamos recursos, que fue justo al lado de esas personas, que aprendimos el valor del acompañamiento respetuoso.
[vc_row full_width=”” parallax=”” parallax_image=””][vc_column width=”1/1″][vc_widget_sidebar sidebar_id=”default”][/vc_column][/vc_row]