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Las Ceremonias de definición: la propuesta narrativa para los equipos de reflexión
- 21 de octubre de 2020
- Publicado por: c0nv3r
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Por Miriam Zavala Díaz
La Terapia Narrativa, como modelo que forma parte del corpus de lo que se conoce como Terapia Familiar, construye sus prácticas y contra-prácticas forzosamente, partiendo de las ideas y los conceptos que han sido centrales en la historia de esta última. En este sentido, las ceremonias de definición, no son la excepción y para entenderlas, es necesario revisar algunos de los desarrollos que se encuentran detrás de su creación.
La tradición de trabajar con equipos terapéuticos y la utilización de espejos bidireccionales en el campo de la Terapia Familiar, es ampliamente conocida. Muchos de los grupos pioneros en el área, como son el Mental Research Institute o la Escuela de Milán, desarrollaron sus ideas y estilos de trabajo, partiendo de esta estructura.
La función de los equipos terapéuticos consistía básicamente en trabajar detrás del espejo bidireccional observando la sesión, elaborando hipótesis y posibles estrategias de intervención, las cuales eran comunicadas al terapeuta a cargo, una vez que éste hiciera una pausa durante su trabajo con la familia y se reuniera con ellos. Juntos, el terapeuta y el equipo, discutían la mejor manera de comunicar sus ideas a los consultantes, tras lo cual el terapeuta regresaba a cerrar la sesión, transmitiendo a la familia “el mensaje” del equipo.
Las discusiones éticas y políticas que han suscitado esta forma de trabajo, han sido diversas (Andersen, 1991; Anderson, 1997; White, 1995), y aunque no se niega el mérito que haya tenido y lo mucho que ayudó al desarrollo de la Terapia Familiar (Selvini, 1990), los modelos terapéuticos alimentados por las ideas de la posmodernidad, han preferido retomar esta estructura tradicional, pero transformarla para que responda más a una postura colaborativa y socio-construccionista. Es así como nace la propuesta de Tom Andersen de los equipos reflexivos, que podría considerarse el antecedente directo de las ceremonias de definición de la Narrativa.
La propuesta de la posmodernidad y los Equipos Reflexivos
La posmodernidad, proclama la muerte de la modernidad y la aparición de nuevas maneras de mirar el mundo. Esto significó, aplicado al campo de la Terapia Familiar, el cuestionamiento de la metáfora cibernética y la introducción de ideas más bien relacionadas a la semiótica, la narrativa y la crítica literaria, considerando a la conversación como la metáfora central (Hoffman, 1996).
El movimiento posmoderno invadió a la Terapia Familiar, ofreciendo un reto al pensamiento sistémico. Los modelos surgidos dentro de esta corriente, fueron mostrando una marcada tendencia a abandonar los temas que en las terapias modernistas eran centrales e incluso fueron desestimando la necesidad de mantener la barrera que tradicionalmente debería de existir entre paciente y terapeuta, abandonando con esto, las pretensiones de neutralidad y objetividad, tan buscadas por el modernismo (Goldenberg y Goldenberg, 2000).
Para muchos terapeutas (Anderson y Goolishian, 1996; Hoffman, 1996; Freedman y Combs, 1996; Lax, 1996) adoptar una postura posmoderna y socio-construccionista, representó un alivio y una liberación, pero también significó un verdadero giro en la forma de interpretar el mundo, ya que migrar hacia la posmodernidad implicaba pensar en la realidad como un constructo social mediado por el lenguaje, donde las verdades absolutas ya no existían, y lo que subsistía era una visión del mundo organizada y mantenida a través de los discursos. Fue dentro de este contexto que surgió la propuesta de los equipos reflexivos de Tom Andersen en Noruega,
La propuesta de Andersen implicaba permitir que el sistema consultante pudiera involucrarse y saber más acerca el proceso terapéutico. El objetivo era trabajar para que las personas encontraran un camino para salir de su “estancamiento” y prosiguieran con su vida. Fue así como tuvieron la idea de revertir las luces y el sonido, para que ahora fuera el sistema consultante, el que pudiera observar y escuchar al equipo detrás del espejo discutir sus ideas acerca de la problemática presentada por ellos (Andersen, 1991).
Esta forma de trabajo, pronto se convirtió en una modalidad terapéutica. El marco integrador dentro del cual se conciben las conversaciones desde esta propuesta, parte de la idea de que estar en el mundo equivale a estar en el lenguaje y por lo tanto, en la conversación. De tal manera que, los seres humanos no le dan forma a sus sentimientos, a sus pensamientos y a las conversaciones que mantienen, sino que al contrario, ellos son los que les dan forma a las personas.
Las conversaciones reflexivas, pueden ser distinguidas de otro tipo de posturas posmodernas dentro de la Terapia Familiar, por la ausencia deliberada de objetivos y soluciones, los cuales son sustituidos por conductas que más bien buscan favorecer la exploración, donde los eventos lingüísticos se ubican en un lugar primordial, a la vez que el equipo terapéutico toma una postura descentrada y se asumen más que como expertos, como socios conversacionales (Paré, 1995).
Ahora bien, los procesos reflexivos pueden describirse como la alternancia entre conversar con otros sobre temas significativos y escuchar lo que otros tienen que decir sobre los mismos temas. En el primer momento, la conversación con los otros es externa, mientras que cuando se escucha hablar a los otros, la conversación se tiene con uno mismo, por lo tanto es interna. Lo que sucede en la conversación externa, se convierte en una perspectiva más dentro de la conversación interna y viceversa. Esto concuerda con la concepción de Bateson, quién afirmaba que al ver un mismo hecho desde diferentes ángulos, se generan nuevas ideas y significados (Andersen, 1996).
Para White (2002, abril), el trabajo de los equipos reflexivos puede llegar a significar sin duda, una poderosa experiencia, con extraordinarias cualidades transformadoras para las personas que consultan, sin embargo, también señala que es necesario reparar en ciertos aspectos de las relaciones de poder dentro de la cultura y sus instituciones, que podrían estarse jugando dentro de los equipos reflexivos.
Los equipos reflexivos desde la mirada narrativa
White (1995) considera que el dispositivo de los equipos de reflexión no contiene en sí mismo nada intrínsecamente terapéutico, y si podría en algunos casos causar efectos profundamente negativos, ya que las reflexiones de los miembros del equipo, podría llegar a estar plagadas de discursos con pretensiones de verdad, que además descalificaran cualquier otro tipo de conocimiento en los consultantes. Para este autor, las expresiones de los miembros de los equipos reflexivos, deben considerarse enmarcadas dentro de una cultura y por lo tanto dentro de relaciones de poder, y se cuestiona acerca de la forma que tendrían que asumir las reflexiones a fin de mitigar los posibles efectos negativos de dichas relaciones, a la vez que se pueda evitar que reproduzcan los discursos dominantes que constriñen o limitan la vida de las personas que consultan.
Si bien desde la perspectiva narrativa, la idea de que existen múltiples formas de entender los eventos o las relaciones, toma forma en prácticas como las del equipo reflexivo, lo relevante de la tarea es apoyar el desarrollo de nuevas narrativas y facilitar la desconstrucción de las descripciones saturadas del problema, más que confiar en que las reflexiones poseen características terapéuticas inherentes (Freedman y Combs, 1996).
Asimismo, otra idea que debe alimentar la práctica de los equipos de reflexión de acuerdo con la Terapia Narrativa, se encuentra en el concepto de identidad, entendida ésta desde una perspectiva post-estructuralista.
Tradicionalmente la identidad en la cultura occidental, ha sido entendida desde una visión estructuralista, pero los trabajos de varios filósofos franceses, como Jacques Derrida y Michel Foucault, abrieron en la década de los sesenta, un espacio de reflexión, que permitió cuestionar al estructuralismo como la única forma de entender al mundo y a las individuos (Thomas, 2002).
Desde una concepción post-estructuralista, la identidad es algo que las personas están negociando todo el tiempo en sus comunidades, que es donde se les atribuye significado a las experiencias y a los eventos de sus vidas, a través de ubicarlos dentro de una secuencia en el tiempo y de entenderlas de acuerdo a temas o guiones disponibles en esa cultura. En contraste con una concepción estructuralista, que definiría la identidad en términos de características inherentes a las personas y estados internos como son las necesidades, los impulsos, las motivaciones, los recursos, los atributos, etc., la visión post-estructuralista, concibe a la identidad como estados intencionales a los que los individuos les dan forma en las interacciones con los otros y que se expresan como principios, compromisos, esperanzas, sueños, creencias y propósitos. Para la Terapia Narrativa hacer esta distinción es fundamental, ya que abre la posibilidad de pensar en las conversaciones terapéuticas, como espacios que contribuyen a enriquecer las descripciones que las personas hacen de sus identidades preferidas (Morgan, 2002).
Es desde esta perspectiva e informado por estas ideas, que White (1997) propone retomar la forma de abordaje de los equipos reflexivos, pero estableciendo condiciones de trabajo que favorezcan en los consultantes, una postura como participantes activos en la construcción de sus propias historias, usando para tal propósito, el trabajo de la antropóloga Bárbara Myerhoff con las Ceremonias de definición.
Los equipos reflexivos como Ceremonias de Definición
Myerhoff (citada en White, 1997) usa la metáfora de las ceremonias de definición, para describir el trabajo de campo que realizó con una comunidad judía de gente mayor, pobre y marginada de Los Ángeles, California. El trabajo propuesto por la autora, consistió en busca una multiplicidad de formas en las que esta comunidad pudiera combatir su sensación de aislamiento. De entre las muchas actividades realizadas, los “proyectos de identidad” donde las personas reflexionaban acerca de su participación en la producción de sus propias historias de vida y de las vidas de los otros, fue la que más capturó su atención.
Estos proyectos de identidad tenían distintas formatos, y para Myerhoff, uno de los más poderosos, por su fuerza transformadora fue el de las ceremonias de definición, ya que permitía que los miembros de esta comunidad abordaran su problema de marginación, brindándole a cada uno la posibilidad de expresar en sus términos, las descripciones de sus propias vidas, de sus identidades y de sus relaciones, contando para ello con una audiencia, que avalaba lo dicho (White, 2000).
La metáfora de la ceremonia de definición, llevada al ámbito terapéutico por la Terapia Narrativa (White, 2002, abril), busca proporcionar un contexto para construir una rica descripción de la vida de las personas, a través de retomar los rituales de reconocimiento usados por algunas culturas, para dar valor a la existencia de las personas, contrarrestando de esta manera, las prácticas de poder modernas donde la vida de las personas es sometida al juicio o a la comparación. Así las ceremonias de definición, intentan también abrir un espacio social, donde la identidad de las personas pueda ser ricamente re-narrada desde una visión post-estructuralista, es decir, mirarla como una construcción pública y social, más que privada e individual, que es moldeada por fuerzas históricas y culturales, más que por las fuerzas de la naturaleza, y que adquiere su autenticidad a través del reconocimiento en los escenarios sociales, más que a través de procesos de introspección.
Las ceremonias de definición, toman la forma entonces de foros estructurados, que brindan a las personas el espacio para que participen en la expresión de las historias de sus vidas, y de los saberes, habilidades, valores, sueños, motivos, etc. que son asociados a esas historias. Estas expresiones constituirán una representación, en la que el público que ha sido convocado para tal ocasión, fungirá como testigo. Así, el papel que juega el grupo de testigos externos en las ceremonias de definición resulta fundamental, para la puesta en marcha de los procesos de reconocimiento y autenticación de las afirmaciones de las personas acerca de sus historias y sus identidades; su participación es justo lo que le da a las ceremonias de definición su carácter público y ritualista, y lo que permite que dichas afirmaciones sean reconocidas, validadas y puestas en circulación (White, 1997).
Para White (2000), contar con la audiencia apropiada en una ceremonia de definición es de particular importancia, ya que serán ellos los que retomaran lo dicho por las personas que se encuentran al centro de las ceremonias de definición, para llevar estas narraciones más allá de sus límites y para ligarlas con sus propias historias de vida a través identificar temas, propósitos, compromisos y valores compartidos.
En este sentido, White (1995) señala que es necesario sugerirle a los miembros de la audiencia, abandonen su intención de teorizar acerca de la “verdad” de los problemas de los consultantes o de formular una intervención, en vez de eso, les pide que centren su atención en la conversación entre los consultantes y el terapeuta, y que tomen conciencia de lo privilegiado de su lugar, no sólo porque han sido invitados a compartir un espacio de la vida de las personas, sino porque al estar en el papel de audiencia, forzosamente disfrutan de un posición de poder inherente a los contextos terapéuticos.
De esta forma su tarea será interactuar entre sí, para que a través de las conversaciones que generen, puedan provocar la fascinación de las personas que están al centro de la ceremonia de definición, acerca de ciertos aspectos poco atendidos de sus propias vidas, ligando sus participaciones con aspectos de su experiencia personal, de sus compromisos, valores, sueños y propósitos de vida (White, 2000).
Las narraciones y re-narraciones que tienen lugar en las ceremonias de definición, tienen la intención de contribuir a enriquecer las descripciones que las personas que están al centro de las ceremonias, hagan de sus vidas, de sus relaciones y de su identidad. Para lograr esto, la Narrativa contempla ciertos aspectos de las re-narraciones de la audiencia, que pueden ayudar a alcanzar dicho objetivo.
El trabajo del equipo de testigos externos
Las re-narraciones de los miembros de la audiencia, buscan movilizar nuevas reflexiones en los consultantes, a través de incluir miradas distintas acerca de sus guiones de vida, generando así la apertura de posibilidades para la vida de las personas, que de otra manera, difícilmente se hubieran generado.
Uno de los mecanismos que contribuyen a que se logre esto, es la práctica del reconocimiento que le da forma a la participación de los testigos. Esta práctica, más cercana a la apreciación o a la valoración, que intenta honrar la forma en la que la historia del consultante contribuye a movilizar aspectos de la vida de los testigos, busca asimismo, alejarse de las prácticas normalizadoras de la cultura, como son el aplauso, el reforzamiento o las felicitaciones, que podrían estar reproduciendo relaciones de poder y de control social, tan comunes en el ámbito terapéutico.
De la misma manera, la participación de los testigos debe adoptar la forma de un diálogo, donde los miembros del equipo se ayuden mutuamente, a través de preguntas, a desconstruir sus respuestas, evitando así los efectos potencialmente dañinos del desequilibrio de poder y de los discursos con pretensiones de verdad. En este sentido, es importante que mantengan una postura descentrada, donde cada participación esté personalizada y mantenga al centro de la conversación, las preocupaciones y la experiencia de los consultantes. Así los testigos dialogan y reflexionan acerca de: las imágenes que la vida de los consultantes evocaron en ellos; de la forma en la que la experiencia de estar en posición de testigos los transportó a pasajes de sus propias vidas, ligando de esta manera, sus valores, objetivos, principios, sueños, con los de los consultantes; y de cómo reconocen que sus vidas han sido tocadas por la vida de los consultantes (White, 1997).
Participar de esta manera descentrada, respetuosa, horizontal y reverencial respecto de los consultantes, reducirá de manera importante según White (2000), la posibilidad de que las personas que están al centro de la ceremonia de definición, experimenten la conversación entre los miembros de la audiencia como moralizante, paternalista o descalificadora; ya que esta forma de participación permite que sus preocupaciones, experiencias y discursos permanezcan al centro de la conversación y sean honradas como experiencias de vida, con valores y compromisos compartidos por otros.
Conclusiones
Hablar de Terapia Narrativa es referirse a una forma particular de entender la identidad, los problemas y los efectos que estos tienen en la vida de las personas, implica una forma específica de hablar con los consultantes acerca de sus vidas y sus problemas, así como, una manera especial de entender la relación terapéutica y la terapia en sí (Morgan, 2000).
Las ceremonias de definición, es una de las prácticas propuestas por la Narrativa, que tiene como objetivo contribuir a la construcción de descripciones nuevas acerca de la vida, las relaciones y la identidad de las personas, usando para ello el poder de las re-narraciones y de los foros públicos. Podría decirse a modo de conclusión, que la Terapia Narrativa a través de su trabajo con las ceremonias de definición, pero finalmente desde cualquiera de sus formas de intervención, representa como modelo terapéutico una contra-práctica que busca debilitar los efectos perniciosos de las estructuras culturales, que convierten a las personas en objetos. Estas contra-prácticas narrativas, abren un espacio para que las personas puedan reescribir sus vidas o reconstruirse a sí mismas, a los demás y a sus relaciones, de acuerdo con relatos y conocimientos alternativos y preferidos acerca de sus vidas.
Referencias
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