Blog
Por: Ana Paula Ramírez De Gyves
Crecemos con la narrativa de que el ser joven es sinónimo de disfrutar la vida, salir, conocer gente, lugares nuevos y hacer cosas que siendo adultos (más adultos) sería más complicado hacer. Esta misma narrativa fue la que me encapsulo e hizo más difícil ser joven en tiempos de pandemia.
Creo que está de más decir que el año pasado fue complicado, y en lo personal lo relaciono mucho con el tiempo perdido. El tiempo que no pude pasar disfrutando con mis amigos, familiares; el tiempo que me quitó de vivir experiencias únicas en la vida, el tiempo que me quitó de pasar más tiempo con personas que quería y ahora ya no están.
Mi forma de afrontar este tiempo perdido fue tomar un salvavidas: tomar momentos o experiencias planeadas para un futuro cercano que me generaban motivación, montarme en esas expectativas, para sobrevivir el encierro lo mejor posible. El tiempo pasaba y yo me iba dando cuenta que estos desaparecían o cuando llegaba a ellos no parecían salvarme del ahogo y la impotencia que sentía.
El salvavidas al que le apostaba todo era mi graduación de la universidad, un momento con el que había soñado varios años. A pesar de que acabé mi carrera ni la ceremonia de título ni la fiesta se pudieron concretar y a pesar de que existió una ceremonia virtual, lo que parecía una buena opción para salvarme del ahogo de la pandemia, al final se desvaneció.
Me sentía en un inmenso mar, dando patadas y brazadas de desesperación para no ahogarme y estando muy lejos de la orilla donde podía tocar piso firme. A veces me ahogaba un poco, cansada de luchar y frustrada por no poder recuperar el tiempo perdido. Mis ahogos se volvieron más constantes y mi cansancio más notable; no fue sino hasta que me di cuenta de que lo necesitaba era PACIENCIA y VOLUNTAD, no para brasear y patalear a toda velocidad para poder llegar rápido a la orilla, sino darme cuenta de que también podía nadar de muertito y esperar a tener un poco más de fuerza y entonces sí, acercarme poco a poco a la orilla.
La orilla parece ser el lugar seguro donde puedes descansar, nadar, jugar y convivir con tus seres queridos. Por otro lado, estar flotando lejos de la orilla me ha enseñado que puedo ver peces pasar, cuando nunca antes habías notado que ahí estaban, que incluso ahora puedo ver que, al igual que yo, a lo lejos se encuentra gente flotando y haciendo lo mejor posible para no ahogarse. He tenido que ejercitar la paciencia para no frustrarme al nadar de muertito y esperar a que llegue la fuerza para patalear y brasear e irme acercando a donde me siento segura.
La orilla como la conocimos sin duda no es la misma, pero sé que está más cerca y mientras tanto solo me queda tener paciencia y disfrutar nadar de muertito.
1 comentario
Los comentarios están cerrados.
[vc_row full_width=”” parallax=”” parallax_image=””][vc_column width=”1/1″][vc_widget_sidebar sidebar_id=”default”][/vc_column][/vc_row]
Hola! Esta genial tu representación de lo que estamos viviendo como jóvenes. Me gustaría compartirte mi experiencia y como yo me la he pasado en este mar en el que estamos nadando. Para mí, mi salvavidas era mi viaje de generación, ya que lo llevaba esperando desde secundaria. Todos los años escuchaba todas las historias de las generaciones de arriba, por eso cuando se pospuso empezó este circulo vicioso de querer compensar las cosas que hacíamos antes. Adiós fiestas, adiós salidas a los puestos de gomichelas, adiós salidas a los centros comerciales. Aparte me toco justo cuando iba a empezar mi licenciatura, entonces
Nuestros intentos de compensación iban desde hacer varias zoom fiestas, que todas eran un fiasco, nadie hablaba, los micrófonos no sonaban y básicamente nadie sabía que hacer, mas que tomar shots frente a la cámara. Mis grupos de WhatsApp aumentaron al triple, ahora había grupos con todas las combinaciones posibles: grupo de hombres, grupo de amigos, grupo de mejores amigos, grupo de equipo, grupo de videojuegos.
Y aquí es cuando me di cuenta de que no es necesario intentar nadar desesperadamente como dices, aquí había que aprender a nadar de muertito. O sea aprovechar este aislamiento para dejar de intentar compensar y pasar a darte cuenta de las cosas que puedes hacer desde casa. Podía estar mas tiempo con mi familia porque con la universidad ya ni los iba a ver, podía aprender a tocar algún instrumento, podía aprender nuevos deportes, podía hablar mas seguido con personas con las que había perdido contacto y lo mas importante tenía mucho mas tiempo del que perdía desplazándome a todos lados.
Pero aunque se podía disfrutar increíblemente este tiempo libre, me di cuenta que a medida que avanzaba la pandemia todos esos grupos de WhatsApp ya nadie los contestaba, que la gente ya no salía de su circulo de mejores amigos. Con mis nuevos compañeros de la universidad no nos hablábamos, solo hablábamos cuando se nos ordenaba o cuando nos ponían a fuerza en un grupo de zoom. Y claro que no es el mismo afecto que vives en una conversación en persona que en mensaje. Incluso se podría no hay ningún tema del que hablar, mas que la cuarentena.
Entonces lo que yo empecé a hacer era mandarle mensaje uno a uno de todos mis nuevos compañeros. Y hablando con todos encontré que podía pasarla todavía mejor que solo nadando de muertito en mi mundo y mis amigos. Me di cuenta que en realidad todos están aprendiendo a nadar de muertito, pero no nos damos cuenta que al lado nuestro hay otra persona nadando de muertito. Siento que si todos le preguntáramos al que tenemos al lado ¿Qué tipo de peces has visto tú? todos podríamos disfrutar más nuestro camino a la orilla.
Al final de cuentas todos estamos en el mismo mar.